Federico García Lorca cuando escribió el poema ni estaba en Lugo, ni pensaba en nuestra senda, ni sus barandas son nuestros muros. Pero no es menos cierto que si hubiera paseado por ella le habría dedicado quizás un verso, una estrofa, un poema.
La irregularidad del terreno, lo serpeante de la pendiente para dulcificar la subida de los aminales, nos llama tanto la atención como la gran humedad reinante.
Piedras de formas irregulares, de distintos tamaños, algunas de cientos de kilos, sin trabajar dan encanto al muro. La presencia del blanco del cuarzo contrasta con el verde y el marrón de piedra vieja.
Las piedras utilizadas pueden ser planas, bastas e incluso cantos rodados; están labradas mínimamente y se llaman cachotes. Se colocan sin ningún tipo de masa, empleando las propias piedras como sustento del muro. Los restos de piedras más pequeñas, llamadas ripios, se usan para rellenar los huecos. La última hilera puede estar dispuesta con orientación horizontal, vertical o inclinada.
A Gloria Giner
y
A Fernando de los Ríos
Verde que te quiero verde. * Verde que te quiero verde. * Ya suben los dos compadres * Verde que te quiero verde, * Sobre el rostro del aljibe Romancero gitano, 1928 |